Cada fin de semana como ya es habitual,
mis hermanas dejan la ropa limpia de todo el mundo en un viejo sofá cama que
supuestamente era mío, pero nunca lo usé ni para sentarme, ni para
dormir. La propiedad mía sobre ese sofá era netamente simbólica, era algo de
consolación, —tranquilo mijo que eso es suyo, yo lo compré para usted
solito — eso siempre me decía mi mamá cada vez que ella me veía confundido
sobre la influencia de ese viejo sofá azul en mí, yo no sabía cómo jugar con
él, era muy pesado, aunque cada vez que jugaba lucha libre con las almohadas, y
no con cualquier almohada, con las almohadas más grandes y peligrosas de mi
casa, eran súper “aletosas”, les gustaba buscar pleito por cualquier cosa, uno
no las podía ni mirar porque ya las tenía encima — qué pasó “pirobo”, ¿se le
perdió uno igualito? ¿Quiere que lo ponga a dormir? — Jajajajaja un chiste que
tenía preparado, pero en serio, eran almohadas muy groseras, y yo siempre me
daba los puños con ellas, y siempre nos retábamos en el mismo punto, en el sofá
cama azul, ahí nos encontrábamos, pero los vecinos siempre llamaban a la
policía y nos tocaba abrirnos si no queríamos terminar en algún CAI; eran
buenos tiempos, pero ya pasaron, la cosa es que, lo que era mi antiguo ring de
pelea, ahora es el punto de entrega de la ropa limpia de todos los que habitan
esta casa, y yo siempre procuro ir por lo mío lo más pronto posible, es mi ropa
y además de eso, está limpia; calientica; tostada por el sol; con la figura del
gancho aún marcada; una obra de arte terminada, que está a la espera de ser
colgada en alguna de las paredes de mi museo personal.
Dejar ropa limpia tirada en un sillón,
cuando hay niños jugando, corriendo y sucios, es como dejar la puerta abierta
de un baño recién lavado en una habitación llena de borrachos, uno sabe que
cualquier cosa puede pasar, por eso siempre me afano para ir por lo mío y
llevármelo para mi pieza, allá están seguras con papi, papi las quiere, papi
las cuida. Bueno, el punto es que estaba relajadito en mi pieza, doblando la
ropa y ubicándola en los cajones y en los ganchos, y cuando iba a
guardar la primera tanda, vi un logo de color azul, me parecía familiar, pero
se veía a medias, la otra ropa me lo estaba tapando, así que corrí
los ganchos hacia ambos lados, izquierda y derecha, y dejé ese logo azul justo
en la mitad; era el buzo del colegio, hace tempos no lo veía, es más, ni sabía
que aún existía, es una reliquia, “ El precio de la historia” me ofrecería una
millonada por semejante prenda, no por lo vieja, porque si vamos a esos
términos el buzo no lleva más de 5 años de existencia, sino por los momentos
que viví con ese buzo puesto, o amarrado a mi espalda, solía colgármelo ahí
cuando hacía mucho calor.
Creo que el lápiz que
usó Shakespeare no valía por su antigüedad, sino por lo que hicieron
con él, por las ideas que William plasmó con ese lápiz, pudo haber estado
nuevo, recién comprado en la papelería, pero si yo compro un lápiz, e
inmediatamente escribo Romeo y Julieta o Hamlet, ese lápiz tiene que valer lo mismo
que vale un apartamento en el poblado, bien ubicado y con
buena vista a la ciudad. Por eso ese buzo vale tanto para mí, son
tantos recuerdos; tantas risas; tantos partidos; tantos actos cívicos; tantos
parciales; tantas cosas que representan mi pasado y que aún hacen eco en mi
presente, y lo más probable es que repercuten en mi futuro.
Inmediatamente lo saqué del gancho y me lo
puse, ya me queda algo pequeño, ya he crecido bastante a comparación de como
estaba antes. Cómo olvidar mi último año en el colegio, 11-A éramos
nosotros, la “araganía”, la tierrita que se trabajó en noveno y en décimo que
vino a dar frutos en 11, para mí el mejor grupo, la mejor promoción — sé que
todos dicen eso — pero en serio, éramos el más parchado, ninguno se
comparaba; las farras; los partidos; las clases; los roces con gente de otros
grupos; si algo malo ocurría, alguno de 11-A tenía que estar involucrado, no
digo que eso sea motivo para uno sentirse orgulloso, pero uno se tiene que
hacer recordar por alguna cosa.
Ese salón era una mezcla de
diferentes personalidades, obviamente como en todo grupo, están los
inteligentes, habían unos que se “agrandaban” con las tareas y no las pasaban,
pero eso se solucionó cuando un pana mío se empezó a robar a una de las
clasificadas y reafirmada en su posición como “inteligente”, desde ahí
empezamos a recibir todo tipo de tareas, fresquecitas, recién sacadas del
horno, se les podía ver el grafito aún brillar en el papel, las marcas de los
borrones, todo estaba “melo” y resuelto por ese lado. Gracias al
personero, que era uno del combito, y al representante de grupo que también era
miembro fundamental del comité de ocio; podíamos faltar a clase; sonaban la
música que nosotros queríamos en los descansos; éramos reconocidos en la jornada
de la mañana, que aunque eran muy niñas todavía, valía la pena el “canazo”,
aunque ni tan “canazo” porque yo cuando eso era un niño también, tenía derecho,
es más, estaba en la obligación de hacerlo jajajajaja.
En ese año pude concretar algo
con la que hoy por hoy es mi novia, aunque ella y yo ya éramos buenos amigos
desde el año pasado, pero en el 2014, dimos un paso al frente, avanzamos y le
dimos inicio a algo que nunca terminó, y que hoy está más fuerte que nunca,
pero antes de ella hubo muchas más, y eso que yo era el de menos.
“El que anda entre la miel algo se le pega”, y yo andaba con los que eran, mis
maestros, los propios pussy lovers, ante la ausencia de mi padre, ellos
estuvieron ahí, y al yo ser el menor de todo el combo; ellos me enseñaron a
beber; a conquistar; me enseñaron a enfrentar los problemas; problemas de
calle, familiares y sentimentales; nos cuidábamos mutuamente, si alguno tenía
un problema, todos estábamos incluidos en él, aunque la verdad yo siempre fui
el más tranquilo del grupo, el que primero buscaba el dialogo que una botella,
ellos sí eran más bravos — ¿entonces qué? Lo que es con el parcero es conmigo —
ese era el decir de muchos sin importar quién fuera el implicado, así fuera el
más grande o el más pequeño, se repetía la misma frase, yo nunca la dije, pero
en los momentos que había que meter mano se metía, este combo no está fácil y
nunca se ha dejado; manteníamos juntos pa’ arriba y pa’ abajo;
siempre en una caravana de unas 4 o 5 motos, dando vueltas por todos
lados, con garrafas en las manos, cajas de cerveza, en busca de un lugar
para parchar, para pasar la noche de hoy.
Algunos nos
llamaban “visajosos”, pero la verdad yo nunca lo vi de esa forma,
éramos más bien selectivos, no hablábamos con cualquiera, y tampoco dejábamos
que cualquiera nos hablara a nosotros; siempre fuimos reales entre nosotros
mismos, sí, hubo malos ratos, momentos en los que ellos fallaron y seguro yo
habré fallado también; pero siempre estuvimos ahí; para prestar plata; prestar
la casa por si alguno la necesitaba; regalar condones; servir un plato de
comida; darle posada a alguno; siempre nos tendíamos la mano y por eso hasta el
son de hoy seguimos firmes, obvio somos más poquitos porque muchos se han
alejado, pero los que verdaderamente valieron, valen y valdrán la pena, aún
siguen ahí, y están plasmados en este buzo, un buzo que en el folleto se veía
muy bacano y ya cuando nos lo llevaron era mera “gonorrea”. Sí, ese mismo buzo
que mi mamá me hizo escribirle por la parte de atrás mi nombre que dizque
porque me lo robaban, o lo cambiaban por otro más feo, ese mismo buzo que era
la oportunidad y la excusa perfecta para salir del aburrido uniforme, de la
camisa por dentro, ese era nuestro mejor look, nuestro último grito de la moda,
aunque en esta ocasión no fue un grito exactamente, fue una risa, porque eso
fue 11-A, fue un parche lleno de humo, lleno de licor, lleno de amor, lleno de
parcería, y lleno de mucha "araganía".