Qué bonito es
Medellín ¿no les parece?, Cada vez está más lleno de turistas, la gente de todo
el mundo sabe quiénes somos, en dónde estamos ubicados y a qué hemos venido;
nuestro sistema de transporte es un orgullo y es un emblema nacional, a pesar
de que en hora pico todo se convierte casi que en una proeza si del transporte público
se trata, el olor de más de 50 paisas en menos de 4 metros cuadrados, aprisionándote
contra lo que sea que te estés apoyando, eso no nos genera ese sentido de
pertenencia que debemos tener, y es comprensible sentir odio, aunque cada vez
que el metro no funciona, nos sentimos perdidos, abandonados, desorientados, sin
brújula, y si el metro no está abierto, ahora ¿quién podrá defendernos?
La ciudad está cambiando ante nuestros ojos,
las calles de Medellín son diferentes, están más parchadas, ahora hay murales
en paredes donde sólo había muerte, temor de un atraco, asesinato, violación, cualquier
cosa que tenga que ser en contra de tu voluntad e implique sangre y mucho
dolor. Aunque por ese lado, todo es muy bello y muy bonito; el parque Lleras se
convirtió en el icono para mostrarle al mundo, porque ahora hay más extranjeros que gente de aquí, es más
utilizado el inglés que el parlache; literal uno no se va a hacer diligencias al sur, sino que uno se
va a pasear al sur, uno hace intercambio para el parque de Envigado o para el
Lleras, eso es casi que otro país, otra imagen que no refleja la verdadera
Medellín, —oohh, Medellín ser una
chimba— dicen los gringos, mientras caminan en chanclas, con unos mochos
puestos, un sombrero blanco, una camisilla, una corona en la mano, y en la otra
una hamburguesa de Burger King, así hasta Haití es un paraíso, un hotel 5
estrellas, uno crea su propio concepto de ciudad; por ahí dicen que la vida no
es color de rosas, pero si tienes dinero, la puedes pintar de todos los colores
como los murales de la comuna 13, o como las casas que adornan y le hacen calle
de honor al tranvía.
Claramente en la
ciudad hay una enorme brecha, hay una división, hay un blanco resplandeciente y
un negro que te embarga de tristeza, de soledad, un negro tan negro como las
plumas de un cuervo, tan negro como un agujero; aquí en el valle de Aburrá hay
dos caras, hay dos valles con un Aburrá en común, distan totalmente una de la
otra; son como el agua y aceite; izquierda y derecha; Messi y Cristiano, Petro
y el hijueputa de Duque; es un abismo que sólo unos cuantos perciben, una
frontera invisible que no está marcada
por una línea, por una casa, o por un poste como son comúnmente delimitadas en
los barrios, cruzar esta frontera no te mata, no te hace recibir un disparo, no
te hace cambiar de bando, de equipo, simplemente, te muestra una realidad que
es muy diferente al concepto de “chimba”
que tienen los gringos sobre nuestra salvaje Medellín.
La vida en el sur
es demasiado bonita, demasiado lujosa, las urbanizaciones, los coches de lujo que se parquean por toda la 10, la gente en los
bares y discotecas consumiendo los más caros licores. Es toda una vida marcada
por el dinero, por el estatus, lugares dignos de mostrar por tus redes
sociales, lugares dignos de ser el escenario de un gran recuerdo, que el
protagonista no seas tú, sino donde usted estaba, la discoteca donde te
emborrachaste, la tienda donde compraste
la ropa, el restaurante donde almorzaste la otra vez; no es la misma pola si te la tomas en el poblado; allí cambia, no
importa que sea la misma cerveza, el precio es diferente a pesar de que el
precio sugerido sea 1.500 pesos.
Si bien inicié
este escrito hablando de lo lindo que es Medellín, y de lo útil que es el
metro, este nos ayudará para hacer el contraste, la contraparte, la antítesis
de esta historia; porque más o menos después de la estación universidad; se puede observar ese vacío, esa
diferencia; la estética de las casas es diferente, el orden en el que están
ubicadas, una encima de la otra, no hay límites entre casa y casa, parece la
obra de cualquier ingeniero que hizo trampa en todos los exámenes; ahora estando
en el norte, el panorama es diferente, ahora ves ropa extendida en las fachadas
de casas que no tienen derecho a llamarse casas; más bien, parecen unos
armatodo, un juego de legos tamaño gigante, un atacaso artístico que no se hizo por arte, sino por necesidad.
Casas de cartón, madera, barro, cualquier cosa que encaje en el
hueco que falta por tapar, esto va más
allá de jugar tetris, esto se debe hacer perfecto, no quiero que una tormenta
me derrumbe el castillo que he construido entre la basura, es lo más parecido a
la historia de los tres cerditos, con la salvedad de que el papel del lobo lo
cumple la ingrata vida, que soplará y soplará hasta derrumbar tu castillito de
arena, tu avión de papel, tu manualidad, tu trabajo del colegio que utilizas
como vivienda, porque yo rebusco mis columnas y mis paredes entre la basura de
los demás, la palabra adobe y cemento no existe, es una utopía, algo imaginario
como las calles de Macondo, y eso que esto es de los más organizados, de los
hacen algo más que sólo respirar, construir
una casa de cartón es tener un convicción arrolladora cuando ya no se
tiene nada más, esto lo hacen los que
día a día se proponen una meta, sobrevivir, ver el sol salir una vez más, poder
respirar el aire tibio e impregnado por esa esencia que sólo el rio Medellín
puede darle, esa esencia que va en decadencia, esa esencia que sabes que la
noche de hoy es algo incierto, que cada minuto que pasa es un regalo de la
vida, porque no tienes nada por lo cual
vivir, por lo cual levantarte y seguir, simplemente, eres como un carro sin
gasolina, un carro desvalijado por la vida, por los años, por las malas experiencias,
por los malos ratos.
También hay otros
que llenan su carro con la gasolina
equivocada, con la que en vez de llevarlo hacia adelante, lo retrasa, un
combustible hecho para ir hacia atrás, para devolver los pasos, es como si te
pusieras los zapatos al revés, las drogas llenan momentáneamente un vacío que cada vez
se hace más grande, te daña la cordura, no razonas correctamente, simplemente
quieres más y más, quieres seguir vagando por las hermosas y coloridas calles
de Medellín, aspirando una bolsa, o con una jeringa en la mano, un aspecto
desagradable y mal oliente, unas vestiduras rasgadas por las garras de ese lobo
que al fin sí pudo derrumbar tu casa, y te devoró totalmente, eres los sobrados
de lo que dejaron, el arroz que nunca se comió, el borde de la pizza que a
muchos no les gusta, eres esa servilleta que se bota después de haberse comido
la empanada, eres como un zombi, un muerto que camina por inercia buscando una cómoda cera para dormir, allí no
cobran cover, las mujeres entran gratis, te puedes ubicar en palcos si quieres,
un lugar diseñado para lo que usted
quiera consumir, es un tipo de barra libre en el que usted es el bartender, el
cliente, y el que cierra el local, te mantienes en una fiesta que sólo dura
unos minutos, pero que te dejará una resaca para toda la vida.
Que cada lugar que sigas conociendo de la ciudad te siga sorprendiendo. Te amo con el alma, Dubi.
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